jueves, marzo 30, 2006

Proceso de deterioro




Me levanté con la vista nebulosa. Veía blanco y borroso. Cuando me planté frente al espejo del lavabo del baño de la casa perdí el equilibrio y casi me estrello con el vidrio. Me recuperé justo a tiempo. Me restregué los ojos rítmicamente y logré ver colores. Me miré los dedos. Tenía unos residuos de lagañas secas con pestañas. Me limpié las lagañas con mi camiseta. Tomé un buche fresco de agua no potable de la llave. Tomé otro buche y dejé corriendo el agua. Nuevamente me inundó una debilidad que desde varios días se había interiorizado en mí. Me mojé el pelo, me mojé mis barbas de apóstol, me eché otro buche directo a la garganta y esta vez sí que me supo a óxido. Un poco de nauseas. Luego unas ganas de cagar. Cuando levanto la tapa me encuentro con un regalo. Alguien no le había jalado y una mierda amarilla instalada en el fondo de la taza estaba a mitad de un proceso de erosión; se desintegraba en hilos de fibra al compás del imperceptible oleaje del líquido ya pintado de ocre. Parecía un coral en decadencia, bien esponjado. Le jalé y todo desapareció remolino abajo. Me senté e hice lo mío. Tardé menos de cinco minutos. Me levanté y por poco se me olvida limpiarme el culo. Me limpié y regresé a mi cuarto. Yo tampoco le jalé.

Cuando desperté ya se oía la agitación urbana detrás de las paredes. Cláxones, maldiciones, aullidos, ofertas. De nuevo tenía la puta vista nublada y me dolía el cerebro. Decidí cerrar los ojos y dejar los problemas a un lado. Me quedé dormido por tercera vez. Cuando por tercera vez desperté había babeado toda la almohada y mis mejillas estaban blandas y empapadas. Mecánicamente me rasqué los ojos y al abrirlos vi el cuarto alumbrado. La silla y el restirador y las manzanas estaban anegadas de color. Eso ayudó un poco. Me senté en la cama y noté que el piso estaba cubierto de pestañas, no obstante todavía me quedaban algunas ahí pegadas alrededor de los ojos. Estaba de perezoso y no me venía en gana hacer nada así que me mantuve sentado, quieto por un buen rato hasta que se me entumió el cuello y entonces pensé “no hay una sola cosa que hagamos y que no nos desgaste”. Y verdaderamente me sentía desgastado. Era un proceso de deterioro que había comenzado desde que nací y que no pararía hasta acabar conmigo. Ya ni tenía fuerzas para sostener mis pestañas. Luego se me caerían las pecas y luego un pie (la mente se me había caído hacía tiempo). Me sentía incompleto, me estaba desmoronando, me iba.

Hasta la puta madre de tanto pesimismo-realismo y con una resolución sin precedentes metí los pies en los tenis, salté de la cama e hice temblar las pestañas, crucé el cuarto, salí al pasillo no sin antes cerrar de un portazo y con paso seguro me metí entre las personas que deambulaban por la acera. Caminé un rato sobre Eduardo Molina, rodeado por cabecitas y cabezotas. Los pies me punzaban y detuve mi marcha, algo andaba mal. Volteé hacia abajo y noté que me había puesto los tenis al revés. Me sentía como un gran idiota y supongo que varios transeúntes coincidían conmigo. Caminé forzándome a ignorar las miradas burlonas y me metí en el Pulmex. Pedí una jarra de dos litros y la liquidé sin contemplaciones. Pulque blanco y baboso, agrio, rico. Casi había olvidado los tenis que me herían, pero los dejé al revés convencido de que ninguna ampolla era peor que el presidente. Una orquesta tocaba música en vivo. Tocaba banda y los borrachitos bailaban pegados a las borrachitas. Yo andaba un poco pedo para ese entonces, bueno, todos ahí andábamos pedos, al menos un poco. Pedí una jarra de curado de piñón y esta vez lo bebí sin prisa, paladeando esa secreta mezcla agridulce que si no la conoces no sé que esperas para hacerlo. Estimulado por el alcohol, el cuadro se me presentaba confortante ya que había elegido una de las últimas mesas situadas hasta el fondo, desde donde podía apreciar el local en su totalidad. Pulmex es una pulcata contrastante: generalmente hay familias numerosas, con niños y toda la cosa, celebrando el cumpleaños número sesenta y cuatro de la abuela, apagando las velas de un pastel y sirviendo vasos desde una cubeta llena de curado; y simultáneamente un viejo borracho vomita el piso del baño de caballeros, unos novios jóvenes discuten qué hacer ante su segundo embarazo no deseado, todas las parejas que bailan sobre el mosaico verde se besan y acarician desaforadamente y unos cuantos pobres lobos solitarios como yo beben en silencio mientras las horas pasan.

Y en efecto, las horas pasaban y yo no sé cuánto pulque había consumido hasta que eché un vistazo a la jarra casi vacía y descubrí una bola de pestañas flotando sobre el líquido viscoso. Me asqueé ante la idea de haberme comido mis pestañas, o peor aún las del gordo hijoputa que llenaba las jarras. Estaba encabronado, tenía que averiguar la verdad, pero ¿dónde habían quedado todos los jodidos espejos? Me levanté vacilante y caminé hacia el baño bordeando la zona improvisada como pista de baile. Crucé la cortina que hacía de puerta. De pronto me sentí desorientado, no me encontraba precisamente en el baño, todo estaba oscuro. Cuando mis ojos se acostumbraron a la penumbra caí en cuenta de que me había confundido de puerta. Había salido del Pulmex y nadie me había detenido para cobrarme la cuenta. Al fin un poco de suerte. No sé cómo le hubiera hecho para escabullirme pues casi no llevaba dinero y había chupado como un globo desinflado. Decidí no madrearme al gordo sucio de las jarras y en vez de eso me alejé de la pulcata. Apenas doblé la esquina me recargué en la pared para acomodar los tenis en su lugar. Caminé por la avenida para refrescarme un poco. Se me bajó un poco la peda pero en cambio me entraron ganas de cagar. Una voz femenina que me llamaba desde atrás me hizo detener. Era una señora de cuarenta años, creo, con un vestido negro y viejo de escote gigante. Casi se le salían los senos. Se había teñido el pelo de rubio y maquillado en exceso. También estaba borracha.
–Buenas noches señorito –me dijo.
–Buenas noches.
–Llevas prisa, cariño. ¿A dónde vas que te he estado gritando desde hace horas?
–No lo sé, creo que a ningún lado.
–¿Qué te parece esto? –me dijo, arrimándoseme; sus senos estaban a punto de escapar del escote–: vamos a mi casa, no está lejos y no cobro caro. Estoy segura que en tu vida te han cogido como yo lo haré.
–A decir verdad –me excusé– creo que lo que ahora deseo es cagar. El pulque está acabando con mis tripas y no sé cuánto pueda aguantar.
–No eres precisamente un caballero.
–En lo absoluto.
–Tampoco eres muy listo, querido. Si tanto deseas cagar ¿por qué no vuelves al Pulmex y después nos vamos a disfrutar?
–Digamos que no sería bien recibido. Tengo cuentas pendientes.
–Qué extraño, te veías tan tranquilo ahí dentro –me dijo y entonces recordé su cara. La había visto bebiendo en la barra–. Por cierto ¿por qué tienes tan pocas pestañas?
No respondí. Sólo me concentraba en mis intestinos.
–Muy bien –continuó–, en mi casa podrás cagar a gusto, y te repito, no vivo lejos ni cobro caro. Creo que no tienes opción.
–Está bien, pero apurémonos –le dije, convencido de que después de cagar podría evadir la al parecer obligatoria sesión de sexo duro. Caminamos hacia la parada de Eduardo Molina y 5 de Mayo. Ella vivía a siete minutos de ahí, según me dijo.

Llegó el microbús. Tres chamacos con pinta de asesinos subieron antes de nosotros. Dos de ellos se quedaron adelante como juntando el dinero que tenían que pagar y el otro se fue a sentar al fondo. Mientras, nosotros pagamos y nos sentamos en un par de asientos libres. Había un señor muy arrugado fumando junto a nosotros, y enfrente estaba tumbado un gordo con la camisa abierta más borracho que los dos juntos. Ella subió una de sus gruesas piernas sobre las mías y se le salió un seno. Se disponía a besarme cuando súbitamente reparé en la situación en la que nos habíamos metido, al tiempo que el chamaco más grande, el que se había ido al fondo, gritaba:
– ¡Ora sí putos, cooperen y saquen las carteras!
–Avanza, culero, ¡avanza normal y no hagas más paradas! –le gritó uno de los de adelante al chofer.
– ¡Rápido bola de pendejos, no nos queremos poner violentos! –rugió el que parecía más joven y le dio un puñetazo en el pecho al hombre del cigarro. El cigarro salió volando y echó chispas al chocar contra el suelo.

El más grande se quedó cuidando la puerta trasera. El más chico sacó un costal e insultando a los pasajeros iba arrancando carteras, el muy hijo de puta estaba loco. El otro chamaco vació en una bolsa plástica las monedas del chofer y se quedó atento en la puerta de enfrente. Mi señora puta estaba aterrada, me apretaba con violencia. Cuando el pinche niño loco le vio el seno que escurría desde el escote puso una cara de lujuria que nadie hubiera imaginado de un crío. De repente, el gordo borracho que había visto la escena sin moverse, en un instante se levantó y con su gran masa alcohólica tlaqueó al hijoputa-loco-lujurioso, quien saboreaba el manjar con los ojos y no pudo hacer nada al respecto. Fue a dar contra el piso. El chofer, que apenas acababa de arrancar, frenó de golpe y los dos chamacos que seguían parados en las puertas, confundidos, saltaron del microbús y se perdieron entre las callejuelas oscuras. El gordo borracho comenzó a patear a su víctima con violencia.
–¡¡¡¿No que muy cabrón pinche enano?!!! –le increpaba, y al abrir la boca llenaba el microbús con su tufo de mezcal.

El niño loco sólo alcanzaba a cubrir su cara con ambos brazos y a suplicar que parase. Ya había empezado a sangrar y varias gotas rojas salpicaron mis tenis. Lejos de que alguien detuviera al gordo borracho, los pasajeros se le unieron y todos comenzaron a patearlo. Algunos le escupían. El señor del cigarro encendió un nuevo pitillo y con la punta ardiente le quemó el cuello y las manos en venganza. Hasta mi compañera se olvidó de mí y con el seno de fuera fue a darle de pisotones. Lo estaban liquidando. Ya también se acercaba el chofer dispuesto a cobrar el dinero que se habían llevado los otros dos.

Decidí no ver el resto. Bajé del microbús que estaba estacionado en la mitad de la calle y regresé a la parada. Un par de patrullas se acercaban emitiendo esos horribles destellos azules y rojos. Los policías acabarían con el disturbio para posteriormente darle ellos mismos una paliza al joven delincuente. Recordé que tenía ganas de cagar pero encontré inconveniente el hacerlo en la calle ahora que rondaban las patrullas. No quería que también me pararan una madriza a mí. Sin embargo la situación no era tan preocupante, ya que, recordé, no vivía tan lejos de ahí. Lo había olvidado con la presencia y proposiciones de aquella mujer. Simplemente tenía que rodear la calle donde estaba el Pulmex y volver sobre mis pasos. Apretando el culo llegué a los departamentos y apenas conseguí levantar la tapa. Un chorro de mierda líquida salió disparado contra la taza y el respaldo del escusado. Fue un alivio. Me limpié el culo y admiré mi creación. Era bella, pero dudo que alguien pudiera apreciarlo. Limpié el escusado con cuadritos de papel de baño, los eché a la taza y le jalé. Me lavé las manos y me disponía a entrar al dormitorio cuando me detuve presa de una duda. Todavía me quedé un rato inmóvil. Después, resignado, regresé al lavabo y miré mi cara en el espejo. Ni una pestaña, como lo temía. Me metí en la cama un poco consternado. No sabía qué era peor: si quedarme calvo de los ojos o el hecho de no poder regresar a Pulmex hasta que consiguiera algo de dinero para pagar la deuda. Necesariamente tenía que encontrar una solución.

martes, marzo 14, 2006

Tripas por Chuck Palahniuk



Inhala.

Aspira tanto aire como puedas. Esta historia debe durar lo mismo que puedes aguantar tu respiración. Y quizá un poco más. Así que escucha tan rápido como puedas.

Cuando tenía trece años, un amigo mío escuchó sobre el “pegging”. Esto es, en inglés, cuando a un tipo se lo ponchan por la cola con un consolador. La leyenda dice que si estimulas la próstata con la fuerza suficiente, puedes tener orgasmos explosivos sin utilizar tus manos. A esa edad, el tipo es un pequeño maniático sexual; se la pasa viendo de qué y cuál forma puede encontrar una mejor manera para satisfacer a sus genitales. Así que va a comprar una zanahoria y un poco de petrolato, para llevar a cabo un experimento. Luego se imagina cómo se va a ver en la caja del supermercado: la zanahoria solitaria y la vaselina deslizándose por la banda hacia las manos del cajero, con todos los compradores de la fila observándolo, especulando sobre la fantástica tarde que tiene planeada.

Así que mi amigo decide comprar leche, huevos, azúcar y una zanahoria: los ingredientes para un pastel de zanahoria. Y un bote de vaselina.

Como si fuera a su casa a meterse un pastel de zanahoria en el trasero.

Ya en su casa, pela la zanahoria hasta quitarle el filo, la embarra con lubricante y se sienta en ella. Y nada, ningún orgasmo. No pasa nada, excepto que le empieza a doler.

En eso, a este chavo, su mamá lo llama. Le grita, diciéndole: es hora de cenar. Le dice que baje, ahorita mismo.

Saca la zanahoria de un pujón y esconde la porquería, toda sucia y resbalosa, en la ropa sucia bajo su cama.

Después de cenar, regresa a buscar la zanahoria y ya no está. Su mamá se había llevado toda su ropa sucia para lavarla mientras estaba cenando. No había forma que no hubiese encontrado la zanahoria, tan cuidadosamente aplacada y pelada con un cuchillo de su cocina, aún brillosa por el lubricante y apestosa.

Este amigo pasa meses bajo una nube negra, esperando a que sus padres lo confronten. Y nunca lo hacen. Incluso ahora que es grande, esa zanahoria invisible cuelga sobre cada cena de Navidad, sobre cada fiesta de cumpleaños. En cada búsqueda de huevos de Pascua con sus hijos, los nietos de sus padres, esa zanahoria está volando sobre todos ellos. Esa cosa demasiado fea como para nombrarse.

La gente en Francia tiene un dicho: “el ingenio de la escalera.” En francés es esprit de l’escalier. Se refiere al momento en que encuentras la respuesta, pero que ya es demasiado tarde. Digamos que estás es una fiesta y alguien te insulta. Tienes que responderle pero, bajo presión, con todo el mundo viéndote, dices algo patético. Pero en el momento que sales de la fiesta...

Cuando comienzas a bajar la escalera, magia. Se te ocurre la frase perfecta que le hubieras podido decir. La respuesta perfecta: destrozadora y humillante.

Ése es el ingenio de la escalera.

El problema es que ni los franceses tienen una frase para las estupideces que realmente dices bajo presión, para esas cosas estúpidas y desesperadas que realmente piensas o haces.

Algunas son tan ruines que ni siquiera tienen un nombre. Son tan ruines que ni hablamos de ellas.

En retrospectiva, los expertos en psicología infantil y los orientadores psicológicos en las escuelas ahora piensan que la mayoría de las muertes de la más reciente racha de suicidios adolescentes se debieron a chavos que intentaban estrangularse mientras se masturbaban. Sus padres los encontrarían con una toalla apretada alrededor del cuello y amarrada al tubo del closet del cuarto, y al chavo muerto. Esperma muerto por todos lados. Por supuesto, los jefes limpiaban, le ponían pantalones al chavo. Hacían que se viera...mejor. Por lo menos, intencional. Un suicidio adolescente. Algo triste, pero nada fuera de lo normal.

A otro amigo mío, es un chavo de la escuela, y su hermano mayor que está en la Marina le explicó que los tipos en el Medio Oriente se chaquetean distinto que nosotros. Este hermano estaba asignado a un país camellero en el que en el mercado público vendían lo que podríamos considerar abrecartas elegantes. Cada uno de estos artefactos consistía en una delgada barra de metal o plata pulida, de una longitud similar a la de una mano, y con una gran pelota de metal o manija elegante (como la de una espada) en la punta. Este hermano marinero habla de cómo los árabes toman sus vergas tiesas y luego meten la barra de metal dentro de su erección. Se la jalan con la barrita adentro y cuando se vienen es mucho mejor. Mucho más intenso.

Este es el hermano que viaja por el mundo, mandándole frases en ruso, frases en francés. Consejos útiles para la masturbación.

Después de esto, un día sucede que el hermanito no va a la escuela. Esa noche, llama para pedirme que recoja su tarea de las próximas dos semanas. Está en el hospital.

Comparte el cuarto con viejos a los que les están operando las tripas. Dice que todos tienen que compartir la misma televisión. Su única privacidad es una cortina. Sus jefes no lo visitan. Por teléfono, me dice que sus padres tienen ganas de matar a su hermano, el que está en la Marina.

Por teléfono, el chavo me cuenta que el día anterior estaba un poco pacheco. Estaba en su casa, en su cuarto, tumbado sobre su cama. Tenía una vela prendida y hojeaba unas revistas porno viejas, listo para jalársela. Esto ocurrió después de lo que le dijo su hermano de la marina, esa sugerencia de cómo se la jalaban los árabes. El chavo este, busca a su alrededor algo que pudiera servir. Una pluma es muy grande, un lápiz es demasiado grande y tosco. Pero escurriendo por la vela, hay una orillita delgada y suave de cera que podría funcionar. Con la punta del dedo, mi amigo rompe la orilla de cera y la frota entre las palmas de sus manos hasta convertirla en algo largo, delgado y suave.

Pacheco y caliente, la inserta cada vez más profundo en el ojo de su verga dura, y con un buen cacho aún asomándose por la cabeza, comienza su ejercicio.

Incluso ahora, dice que esos árabes son bastante pinches listos. Reinventaron la chaqueta por completo. Aplastado boca arriba sobre su cama, las cosas van tan bien que el chavo no piensa ya en el lugar donde está la cera. Está a un apretón de venirse cuando se da cuenta de que la punta de la varita ya no se está asomando.

Se deslizó hacia adentro. Muy hacia adentro. Tan adentro que ni siquiera puede sentir la protuberancia en su verga.

En eso, escucha a su mamá gritarle desde abajo que es hora de cenar. Le dice que baje, ahora mismo. El chavo de la cera y el de la zanahoria son personas diferentes, pero todos vivimos vidas bastante similares.

Es después de la cena que le empiezan a doler las tripas. Es por la cera, así que pensó que se derretiría en su interior y luego la orinaría. Ahora la duele la espalda. Los riñones. No puede pararse derecho.

Este chavo hablando por teléfono en la cama del hospital, tras él puedes escuchar campanas sonando, gente gritando. Concursos en la televisión.

Los rayos X muestran la verdad: algo largo y delgado, doblado en su vejiga. Esta larga y delgada V que está dentro de él, está recolectando todos los minerales de sus meados. Se está poniendo más grande y dura, se le está formando un recubrimiento de cristales de calcio. Está chocando alrededor, rompiendo el delgado tejido de su vejiga, bloqueando la salida de sus meados. Sus riñones están tapados, y lo poco que escurre de su verga está rojo por la sangre.

Este chavo y sus jefes, toda su familia, ahí observando. Con el doctor y las enfermeras ahí parados, y la diapositiva del rayo X con una gran V de cera blanca que brilla para que todos la vean, tiene que decir la verdad. La manera en que los árabes se hacen pajas. Lo que su hermano mayor le escribió en la carta desde la marina.

Ahora, por teléfono, comienza a llorar.

Pagaron su operación de la vejiga con el dinero de un fideicomiso que sacaron para que algún día fuera a la universidad. Un error estúpido, y ahora nunca será abogado.

Metiéndote cosas en partes del cuerpo. Metiendo partes de tu cuerpo en cosas. Una vela en tu verga o tu cabeza en una horca, todos sabíamos que iba a causar problemas.

Lo que a mi me metió en problemas fue algo que llamaba el Buceo de las Perlas. Esto era chaquetearse bajo el agua, sentado en el fondo de la parte honda de la alberca de mis padres. Con una buena bocanada de aire, me bastaba para patalear hasta el fondo de la alberca y quitarme el traje de baño. Luego, me sentaba ahí por dos, tres, o cuatro minutos.

De sólo chaquetearme desarrollé una gran capacidad pulmonar. Si la casa estaba sola, lo hacía toda la tarde. Después de vaciar mis tuberías, mi semen flotaba ahí en plastas grandes, gordas y lechosas.

Después de eso había que sumergirse un rato más para atraparlo todo. Recolectarlo y limpiarme con una toalla. Por eso lo llamaba el Buceo de las Perlas. Y aun con el cloro, todavía tenía la preocupación de mi hermana. Oh, por Dios, de mi madre.

Ése solía ser mi más grande temor en la vida: mi hermana adolescente y virgen, pensando que está engordando, y luego pariendo un bebé de dos cabezas con retraso mental. Dos cabezas con caras idénticas a las mías. Yo, padre y tío. Pero, a final de cuentas, las cosas de las que te preocupas nunca son las que terminan por joderte.

La mejor parte del Buceo de las Perlas era el puerto de entrada del filtro de la piscina y la bomba de circulación. La mejor parte era desnudarse y sentarse en ella.

Como dirían los franceses, ¿A quién no le gusta que le chupen el culo? De cualquier forma, de un minuto a otro, pasas de ser un chavo pajeándote a no ser un abogado.

El primer minuto estoy acomodándome en el fondo de la piscina. El cielo, celeste y ondulante, se vislumbra a través de los dos y medio metros de agua que descansan sobre mi cabeza. A excepción de los latidos de mi corazón que retumban en mis oídos, el mundo está en silencio. Mi traje de baño amarillo de rayas está colgado alrededor de mi cuello por si, en una de esas, algún amigo, vecino, o cualquier persona, viene a preguntarme por qué falté al entrenamiento de futbol americano. El constante chupar del puerto de entrada de la piscina se siente como lengüetazos, y la sensación hace que apriete y meneé mi escuálido y pálido culo.

Durante un instante, tengo suficiente aire y mi verga está en mi mano. Mis jefes están en el trabajo y mi hermana tiene ballet. Nadie debe venir a casa por horas.

Mi mano me conduce a que casi me venga, y me detengo. Nado a la superficie para tomar otra bocanada y nado hacia el fondo en el que me acomodo nuevamente.

Lo hago una y otra vez.

Esta debe ser la razón por la que a las mujeres les gusta sentarse en tu cara. La succión es como echarse una cagada que nunca termina. Mi verga está dura y mi culo está recibiendo lengüetazos, y no necesito aire. Con los latidos de mi corazón retumbando en mis oídos, me quedo en el fondo hasta que brillantes estrellas luminosas comienzan a serpentear alrededor de mis ojos. Mis piernas se estiran: la parte trasera de cada rodilla está roja de ser frotada contra el suelo de concreto. Los dedos de mis pies se van poniendo azules y, al igual que mis dedos de la mano, ya se ven arrugados por tenerlos tanto tiempo bajo el agua.

Y ahí es cuando dejo que ocurra. Las plastas comienzan a dispararse. Las perlas. Y tengo que respirar, necesito aire. Pero cuando intento recargar mis pies contra el suelo, no puedo. No puedo poner mis pies bajo de mí. Mi culo está atorado.
Los paramédicos de urgencias te pueden confirmar que cada año, unas 150 personas se atoran de esta manera, se atoran en una bomba de circulación. Ya sea tu cola de caballo o tu cola, te vas a ahogar. Cada año, le pasa a un buen de gente. A la mayoría en Florida.

Lo que pasa es que la gente no habla de ello. Ni los franceses hablan de todo. Levanto una rodilla y apoyo un pie sobre el fondo, logro medio pararme y ahí es cuando siento que me jalan el culo. Bajo el otro pie y pataleo contra el fondo. Me estoy soltando; ya no siento el concreto, pero tampoco llego al aire.

Sigo pataleando en el agua, lanzando ambos brazos hacia adelante. Quizá esté a la mitad del camino de la superficie pero no subo más. Los latidos de mi corazón resuenan en mi cabeza y se vuelven más fuertes y más rápidos.

Unas luces brillantes cruzan por delante de mi cara y de mis ojos. Volteo y miro hacia atrás…pero no tiene sentido. Hay como una cuerda, como una serpiente blanquiazul y venosa que se ha salido del drenaje y está agarrada de mi trasero. Algunas de las venas están sangrando, sangre roja que bajo el agua se ve negra y que se escapa a través de pequeñas magulladuras en la pálida piel de la serpiente. La sangre se mueve, se aleja y desaparece en el agua. Dentro de la delgada y blanquiazul piel de la serpiente se pueden ver trozos de comida a medio digerir.

Ésta es la única manera de que esto tenga sentido. Un horrible monstruo marino, una serpiente marina, algo que nunca ha visto la luz del día y que ha estado escondido en el oscuro fondo del drenaje de la piscina, esperando para comerme.


Entonces...le doy de patadas al nudo resbaladizo y elástico de piel y venas, y entre más lo pateó, más parece salir del drenaje de la piscina. A estas alturas, probablemente sea tan larga como mis piernas, pero sigue agarrada con fuerza al ojo de mi culo. Doy otra patada, y estoy a un segundo de poder tomar otra bocanada de aire. Todavía siento cómo la culebra está jalándome el culo cuando estoy a un segundo de escaparme.

Enredados dentro de la serpiente puedes ver trozos de maíz y cacahuates. Puedes ver una pelotita naranja y brillante. Es una de esas píldoras que son como vitaminas para caballos, y que mi papá me hace tomar para subir de peso. Para que me den una beca por jugar fútbol americano. Con hierro extra y ácidos grasos omega tres.

Ver esa píldora vitamínica es lo que salva mi vida.

No es una culebra. Es mi intestino grueso, mi colon sacado de mi cuerpo por la bomba de la piscina. Lo que los doctores llaman prolapsado. Son mis tripas, que las chupó el caño.

Los paramédicos dicen que una piscina bombea 330 litros de agua cada minuto. Esos son unos 180 kilos de presión. El problema es que todos estamos conectador por dentro. Tu culo es simplemente el otro extremo de tu boca. Si me suelto, la bomba sigue trabajando y desenredando mis vísceras hasta dar con mi lengua. Imagínate lo que se siente cagar un mojón de 180 kilos y podrás imaginarte que esto termina por sentirse como si te sacaran las tripas de adentro hacia afuera.

Lo que sí te puedo decir es que tus tripas no sienten mucho dolor. Al menos no de la manera en que tu piel siente dolor. Las cosas que digieres, los doctores la llaman materia fecal. Un poco más arriba está el bolo alimenticio, que son bolsitas de una porquería líquida y muy delgada llena de granos de maíz, cacahuates y de redondos chicharitos verdes.

De eso es toda la sopa de sangre y maíz, mierda y semen y cacahuates que flota a mi alrededor. Con todo y mis tripas que se desenredan y se me salen por el culo, y yo deteniendo lo que queda; con todo y eso, lo primero que quiero hacer es, de alguna manera, volverme a poner el traje de baño.

Que por nada en el mundo me vean el pito mis jefes.

Una mano está enroscada alrededor de mi culo, la otra agarra mi traje de baño amarillo de rayas y lo quita de alrededor de mi cuello. De cualquier forma, ponérmelos me resulta imposible.

Si quieres sentir tus intestinos, ve y compra un paquete de esos condones de piel de cordero. Saca uno y desenrédalo. Luego, lo llenas de crema de maní, lo embarras de petrolato y lo sostienes bajo el agua. Luego, trata de desgarrarlo. Trata de romperlo a la mitad. Es demasiado duro y su consistencia es como de hule. Es tan resbaladizo que no te puedes sostener de él.

Un condón de piel de cordero, no es más que un simple intestino.

Ya ven a lo que me enfrento.

Te sueltas un segundo y estás destripado.

Nadas hacia la superficie, buscando una bocanada de aire, y estás destripado.

Si no nadas, te ahogas.

Es una decisión entre morir ahora, o morir dentro de un minuto.

Lo que van a encontrar mis jefes cuando lleguen de trabajar es un gran feto desnudo, enroscado alrededor de sí mismo. Flotando en el agua turbia de la piscina de su jardín. Amarrado al fondo de de la alberca por una soga de venas y tripas torcidas. El opuesto de un niño que se cuelga mientras se hace una chaqueta. Este es el bebé que trajeron a casa hace trece años. Es el niño que esperaban obtuviera una beca deportiva y una Licenciatura en Administración de Empresas; que los cuidaría cuando estuvieran grandes. Aquí están sus esperanzas y sus sueños. Aquí, flotando desnudo y muerto. A su alrededor, grandes y lechosas perlas de esperma desperdiciado.

La otra opción es que me encuentren envuelto en una toalla sangrienta, colapsado a la mitad del camino entre la alberca y el teléfono de la cocina, con mis pedazos maltrechos de tripas machucadas y desgarradas colgando por fuera del pantaloncillo izquierdo de mi traje de baño amarillo de rayas.

Una de esas cosas de las que ni los franceses hablan.

El hermano ese que está en la marina nos enseñó una otra frase muy útil. Una frase rusa. Así como inglés dicen, “esto me hace tanta falta como un hoyo en la cabeza. . .”, los rusos dicen, “eso me hace tanta falta como una dentadura en el culo. . .”.

Mne eto nado kak zuby v zadniste.

Las historias de cómo los animales atorados en las trampas de los cazadores se arrancan la pierna a mordidas, pues, cualquier coyote te puede confirmar que unas cuantas mordidas son mejor que estar muerto.

Uta...en una de ésas, aunque seas ruso, quizá quieras tener esa dentadura.

De otra manera, tendrás que girar sobre ti mismo. Enganchar un codo alrededor de la parte trasera de tu rodilla y jalar esa pierna hasta la superficie. Lanzas feroces mordidas a tu propio culo. Se te acaba el aire y destrozarás cualquier cosa a mordidas si de otra bocanada de aire se trata.

No es algo que le quieras contar a una chica cuando te la estás ligando. No si esperas que te de chance de darle un beso. Si te dijera a qué sabe, te aseguro que nunca, jamás, volverías a comer calamares.

No estoy seguro si a mis jefes les causó más disgusto saber cómo me había metido en tantos pedos o cómo me había salvado. Después del hospital, mi mamá me dijo, “No sabías qué estabas haciendo, chiquito. Estabas en shock.” Y aprendió a cocinar huevos al vapor.

Y a todos los que se asquearon o sienten lástima por mí....

Me hacen tanta falta como una dentadura en el culo.

Ahora, la gente me dice que me veo muy delgado. Cuando voy a cenas la gente se pone toda encabronada y se calla cuando no me como el estofado que prepararon. El estofado me mata. El jamón ahumado. Cualquier cosa que se quede en mis tripas por más de un par de horas, sale y sigue siendo comida. Los frijoles o el atún bajo en calorías...me paro y me asomo y veo que siguen ahí en la taza del escusado.

Después de que te hacen una resección intestinal radical, ya no digieres la carne tan bien. La mayoría de las personas tienen metro y medio de intestino grueso. Tengo suerte de tener quince centímetros. Así que nunca obtuve una beca deportiva. Nunca obtuve una Licenciatura en Administración. Mis dos amigos, el chico de la cera y el de la zanahoria, crecieron y están grandes, pero yo no he pesado un kilo más de lo que pesaba aquel día cuando aún tenía trece años.

Otro de los problemas fue que mis jefes pagaron una buena lana por esa alberca. Al final, mi jefe le dijo al tipo que la vino a arreglar que fue un perro. El perro de la familia se cayó y se ahogó. La bomba absorbió el cuerpo. Hasta cuando el tipo abrió la ranura del filtro y pescó un como tubo de hule, un pellejo de intestino que parecía un plástico aguado, y que tenía una gran píldora vitamínica naranja adentro. Aun entonces, mi jefe sólo dijo, “Ese pinche perro estaba loco”.

Hasta por la ventana de mi cuarto, en el segundo piso, podías escucharlo decir, “No podíamos dejar solo a ese perro ni un segundo. . .”

Y luego a mi hermana se le retrasó la regla.

Incluso después de que cambiamos el agua de la alberca, después de que vendimos la casa y nos mudamos a otro estado, después del aborto de mi hermana, mis jefes no lo volvieron a mencionar en ningún momento.

Jamás.

Ésa es nuestra zanahoria invisible.

Tú. Ahora puedes inhalar una buena bocanada de aire.

Yo aún no he podido.


Cuento original en inglés "Guts", por Chuck Palahniuk. Traducción de Diego el de-compuesto. Todos los derechos reservados.

Un, dos tres, probando. Un, dos, tres.


Bueno, pues bienvenidos a Relatos con resabio asfáltico. Este blog tendrá como propósito publicar de manera independiente todo lo que son relatos, poemas, traducciones, ensayos, fotos y cualquier otro género delimitado arbitrariamente que nos venga en gana a fin de dar a conocer al mundo, o a una pequeña fracción de éste, lo escrito por dos florecitas (o más bien, ratas) de asfalto como lo son el decompuesto (ldcl.blogspot.com) y guma (guamafune.blogspot.com).

Todo estará, de alguna manera, ligado a lo asfáltico y a lo urbano. Y será honesto y directo. O al menos ésa será la intención. Buscamos hacer una una crítica, una disección, una exploración, una descripción, entre otras "ciones", de aquello que nos deja un resabio asfáltico. De lo que nos sabe a ciudad y tiene peste a cloaca y nos causa cierta extrañez en el fondo de la panza. Porque nosotros aquí estamos y nos vienen muchas cosas a la cabeza y esto es lo mejor que podemos hacer con todo eso.

Disfrútenlo.